Por Alicia Alarcón.

Nos creímos los invencibles; actuamos como los reyes del mundo; quien no esté con nosotros está contra nosotros y actuamos en consecuencia. Bombardeos, asesinatos, masacres todo lo justificamos en aras de la democracia. Somos el país con el mayor arsenal del mundo. Per cápita poseemos el mayor número de armas, incluidos rifles automáticos y pistolas de todos calibres. Las armas nos dieron la seguridad de estar protegidos ante cualquier enemigo local o foráneo.

Nos creímos los dueños del planeta,  nadie más avanzado que nosotros, nuestra economía la más pujante  y los demás países subordinados a nuestros deseos y órdenes. Nadie imaginó que en menos de un año, un virus microscópico  nos iba a poner de rodillas y nos causara  mayores bajas que las sufridas en las guerras de Corea, Vietnam, Irak y Afganistán juntas.

En esta guerra, inútil resultó el armamento que durante décadas se manufacturó y se almacenó para utilizarlo en el primer momento en que cualquier potencia amenazara nuestros intereses aquí y en suelos lejanos.

El enemigo resultó ser más rápido  que las armas más sofisticadas y los tanques de guerra que descansan en los almacenes del Pentágono y más letal que las armas químicas que resguardan nuestros soldados. Las bajas que a diario nos infringe son prueba de ello. El país que lo tiene todo no ha podido vencerlo. Su actitud de soberbia y negación desde el principio sólo aceleró la catástrofe humana y económica que se vive ahora.

El virus nos tiene atrincherados y los que se atreven a desafiarlo arriesgan su vida y la de toda su familia. En la capital del consumo hay dolor por la muerte de tantas personas y  una profunda nostalgia por los abrazos, los besos, las caricias fraternas que el enemigo ha convertido en armas mortales

 

Este virus ha hecho de la muerte una amenaza constante. La ha convertido en parte de nuestra rutina diaria. Todos los días nos enteramos de un ser querido que ha resultado herido en esta guerra viral en la que cuenta con 14 días para salir ileso o perder la vida en la lucha por sobrevivir a sus embates.

El enemigo microscópico no conoce la misericordia. Se asegura de que la  muerte llegue sin aviso y silenciosa. Los caídos mueren solos sin la presencia de un ser querido;  sin sentir la calidez de una mano que sostenga la suya. Sin un beso en la frente, sin una oración que les asegure que una mejor vida los espera.

Estados Unidos ocupa el primer lugar en el número de contagios y fallecidos por el COVID 19. En muy poco tiempo no habrá un hogar en este gran país donde no haya un asiento vacío por un ser querido que sucumbió a este virus

En el año 2020 el presupuesto del Departamento de la Defensa de Estados Unidos fue de 721.5 mil millones de dólares. Uno de los más grandes registrados en la historia de este país, mientras que el presupuesto para la ciencia y la investigación científica sufrió serios recortes.