Hijos de rugbiers
Las expresiones racistas, xenófobas, clasistas, homofóbicas, en definitiva fascistas, propinadas como golpes de puño por jugadores de rugby profesional, contradicen aquella célebre idea, resumida por Diego Armando Maradona en una frase inolvidable, que nos marcó a fuego por su contundencia y emotividad.
“La pelota no se mancha” decía el Diez parado frente a la tribuna mientras buscaba con la suya todas y cada una de las miradas que componían la multitud que aquella tarde, atenta, lo escuchaba y recibía en un abrazo ovacionado. “Porque se equivoque uno, no tiene que pagar el fútbol” agregaba, poniéndole así, como era su costumbre, el pecho a la balacera de críticas y cuestionamientos (de dudosa honestidad moral) que le dispararon, sistemáticamente.
Lo que sí se mancha, de sangre, son las manos de los “rugbiers” que el verano pasado, en Villa Gesell, abordaron a golpes a Fernando Báez hasta asesinarlo, al grito de “A ver si ahora pegas, negro de mierda”. Hecho después del cual, las cámaras de seguridad los registraron comiendo hamburguesas al tiempo que se referían, jocosos, a la brutal golpiza.
De sangre se mancharon también, según su propia declaración, las piernas de Melanie Grabner, luego de haber sido drogada y violada, por un grupo de cinco “rugbiers”, en la ciudad de Miramar, en 2017. Abuso sexual que se suma al denunciado por una joven mendocina durante el verano del mismo año y también perpetrado por una “manada” de “rugbiers” que utilizaron idéntico modus operandi, esta vez en la localidad de Chacras de Coria, provincia de Mendoza, en lo que empieza a parecer una práctica de violencia sexual, como mínimo, frecuente.
Muchos otros casos –en su mayoría poco difundidos por los medios masivos de comunicación- de violencia xenófoba, sexual y racial encuentran como actores a jugadores de rugby que, además, se jactan y ufanan en conjunto de los abusos y crímenes que cometen.
Posiblemente sería injusto, tal como reivindicaba Diego Maradona, condenar la práctica de un deporte por el accionar (estremecedoramente reiterado en el caso de los “rugbiers”) de quienes, eventualmente, lo juegan. En este sentido, es clave visibilizar experiencias de equipos de rugby que, lejos del cariz de elite aristocrático que fue adquiriendo este deporte con el tiempo, lo juegan, lo disfrutan y lo viven desde sus espacios de pertenencia identitaria, como por ejemplo, Ciervos Pampas Rugby Club (LGBT), Aborigen Rugby Club (pueblos originarios), Espartanos (personas privadas de su libertad), entre otros.
Sin embargo, resulta ineludible pensar por qué se transmiten -y perpetúan de generación en generación de jugadores- hacia el interior de este deporte, prejuicios de toda índole, estigmas, valores discriminatorios y machistas que, finamente, se cristalizan en el diverso abanico de modos de producir, ejercer y reproducir la violencia.
En estos términos lo explicó Julián Princic, ex jugador de rugby, luego del crimen de Fernando Báez: “amo al rugby, lo practiqué durante más de una década, entre los 9 y los 20 años, y todavía lo consumo pero lo veo como un refugio de hombres que necesitan reafirmar su masculinidad constantemente. En todo ese tiempo, naturalicé un montón de situaciones que hoy percibo dañinas, cobardes, desleales y violentas. El problema no es el rugby, es el estereotipo del “rugbier”. Esa imagen que crea la sociedad y que se forja de manera interna en ciertos clubes, siempre por la gente mayor.”
Cabe preguntarnos entonces ¿Cuáles son las representaciones económico-culturales que encarnan los denominados “rugbiers” cuando hacen público, por ejemplo, su deseo de “salir a matar negros”? ¿Qué matriz ideológica subyace en la expresión “No estoy a favor del Apartheid, pero podríamos empezar a diferenciar los colectivos comunes de los que hay negros con la cumbia en altavoz” o “El odio a los bolivianos, paraguayos, etc nace de esa mucama a la que una vez se le cayó un pelo en tu comida”?
“Yo crecí en un barrio privado de Buenos Aires…. privado de luz, de agua, de teléfono”, bromeaba, paradójicamente, Maradona para describir las condiciones materiales en las que -como el 40% de la población argentina-, nació y se crio, realidad que lo atravesó y definió de por vida.
Sin caer en reduccionismos facilistas o juzgar el todo por la parte, reflexionar acerca del origen de estos comportamientos sociales se impone. Las expresiones viralizadas en las redes sociales de algunos de los jugadores de la selección argentina de rugby (cuyo arrepentimiento tiene un tufillo impostado y oportunista) no hicieron más que evidenciar la forma en la que una buena parte de la sociedad concibe al mundo y se entiende con él: imponiendo violencia, segregando y marginando.
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