Thor Heyerdahl y su esposa Liv, eran jóvenes, antropólogos noruegos que en aquel 1936 vivían por una temporada en aquella isla de la Polinesia Francesa. Esa noche, el viento que venía del mar refrescaba el ambiente al mismo tiempo que hacía saltar chispas de la fogata, en torno a la cual escuchaban las palabras de aquel anciano, quien les platicaba que sus antepasados habían llegado de un sitio muy lejano a través del mar y que con ellos habían llevado la adoración a su jefe y Dios Tiki.

Más tarde, la joven pareja comentaba sobre lo que habían aprendido de aquel sabio anciano y observaban que los monolitos, de las islas polinesias tenían mucha semejanza con las descubiertas en América del Sur; ahí nació una inquietud que no dejaría tranquilo al joven Thor.

Los viajeros veían en las islas un tipo de personas que no se veían en los territorios de los alrededores y tenían estatuas enormes, caminos pavimentados. Los especialistas solo elucubraban, pero no había ninguna teoría comprobada sobre el origen de aquellos habitantes, que además tenían la característica de hablar un lenguaje común a pesar de vivir en un territorio marítimo, más grande que Europa continental. Pero además pertenecían a una cultura propia de la edad de piedra.

Las semejanzas entre los vestigios culturales de las islas polinesias y la civilización Inca, le llevó a nuestro amigo Heyerdahl a exponer la teoría que los habitantes de Sudamérica tuvieron contacto con los de las islas situadas a más de 8000 kilómetros al oeste de las costas dominadas por el imperio Inca. Tal vez el principal indicio lo encontró cuando estudiaba sobre el Dios del Sol de los Incas Viracocha quien en un pasado remoto había sido llamado Kon Tiki, extraña coincidencia con el Dios Sol Polinesio llamado Tiki.

Heyerdahl viajó a Estados Unidos y envío a varios centros científicos un documento, por el elaborado, que contenía su teoría, pero encontró rechazo. No tenían barcos, le decían por tanto era imposible que hubiesen realizado una navegación en una distancia tan grande, nuestro amigo había planteado la teoría que la navegación la habían realizado en balsas y el rechazo en el mundo científico era absoluto.

Sin embargó en Nueva York, las circunstancias le llevaron a convivir, en la Casa del Marino Noruego, con personas que tenían el conocimiento práctico de la navegación por mar y con ellos encontró apoyo a su afirmación; si era probable navegar de América del Sur a la Polinesia en una barca, le decían, de hecho, uno de ellos Herman Watzinger, se ofreció a ayudarlo en su intento de demostrar su teoría.

Poco a poco se fueron uniendo más personas y el grupo quedó como sigue: Thor Heiderdhal, etnólogo; Herman Watzinger, explorador y marino; Knut Haugland y Tornstein Rabby, expertos en comunicaciones y Erik Hesselberg, pintor y experto en campismo y vida a la intemperie.

El periódico Scandinavian Press, se ofreció a prestarles los medios económicos e iniciaron su trabajo para conseguir lo necesario: acudieron a la ciudad de Washington en el pentágono, donde un agregado militar de la embajada de Noruega, les arregló entrevista con las personas adecuadas que les proporcionaron material de última época, entre otras una lancha de caucho y raciones de comida que podían durar durante años. La universidad de Columbia de Nueva York les proporcionó los equipos de medición científicos que necesitarían.

Con esas situaciones arregladas, el siguiente paso era construir la balsa y se trasladaron a Perú, su intención era conseguir troncos de madera de balsa, propia de la región, pero en Lima les explicaron que eso sería imposible pues estaban en plena época de lluvias no se podía transportar la madera desde su nacimiento en el otro lado de los Andes. Sin amilanarse Thor y Herman acudieron con el principal comerciante de ese material en la ciudad, quien les informó que podrían conseguir los troncos en la plantación de su hermano pero que sería responsabilidad de ellos trasladarse hasta esa zona casi inaccesible y transportar los troncos a la costa.

De nueva cuenta acudieron a Embajada de Noruega en Perú, cuya ayuda les permitió tener contacto con el ejército peruano, donde se les proporcionó una persona y vehículo todo terreno, lo que luego de múltiples peripecias, les permitió, llegar a la plantación, donde compraron y talaron gruesos troncos de madera de balsa que transportaron hasta la costa a través de un río.

Tenían todo el material en Lima, pero el único lugar factible para construir el bote era las instalaciones de la Escuela Naval, donde no les permitieron entrar.  De nueva cuenta entró en juego la diplomacia y consiguieron no solo trabajar en ese lugar, sino que jóvenes reclutas les ayudaron.

La balsa fue construida con solo material de le región, entre estos 12 troncos de balsa, todo era natural, no se utilizó en la estructura una sola pieza de metal y los troncos y demás elementos de bambú principalmente, fueron unidos con sogas de materia natural.

El 27 de abril de 1947, luego de haber bautizado la embarcación como Kon Tiki, nombre del antiguo Dios del Sol de los Incas, salieron de las costas sudamericanas y llevados 70 millas mar adentro por un remolcador, donde fueron abandonaos a su suerte. Para impulsar la balsa solo contaban con una vela y para darle dirección, con una pértiga que servía de timón. Confiaban en los estudios oceanográficos, que les indicaban que la Corriente de Humboldt los llevaría, en un inicio, hasta la latitud de las islas polinesias y de ahí los vientos Alisios que siempre soplan de este a oeste les impulsarían hasta su destino.

Durante el viaje pudieron estar en comunicación gracias a un radio de onda corta a través del cual hablaban principalmente con aficionados y de esta manera el mundo llegaba a tener noticias de su trayectoria.

A los noventa días de navegación llegaron a su destino, el archipiélago polinesio, pero tardaron siete días más en poder encontrar una isla donde desembarcar; la balsa embarrancó en un arrecife a pocos metros de la costa de una isla que no se veían habitantes, poco a poco y con ayuda del bote de goma pudieron rescatar el material que se encontraba en la embarcación y dos días después, llegaron nativos en sus propios botes a rescatarlos, al ver la balsa se subieron entusiasmados en ella exclamando Pae Pae, que era el nombre con el que sus antepasados llamaban a las grandes embarcaciones que construían para realizar grandes recorridos por el mar, técnica que se había perdido ya muchas generaciones atrás y que conservaban solo por la tradición oral.

El viaje de Kon Tiki, fue una aventura extraordinaria realizada por hombres muy valientes que corrieron grandes riesgos, que la balsa terminara deshaciéndose en medio de la nada, morir por sed o inanición, ser arrojados fuera del bote por una tormenta o perderse irremediablemente en la inmensidad del mar.

Pero ese esfuerzo tuvo su recompensa, Thor Heyerdahl comprobó en la práctica lo que la comunidad científica siempre negó desde el escritorio y, a 20 años de su muerte, en el año 2020, la Universidad de Stanford, comprobó con estudios genéticos que si hubo conexión entre los habitantes de los andes y los nativos de la Polinesia.