Maribel Hastings

La pandemia del Covid-19 y el efecto que ha tenido en el presidente Donald Trump, intensificando su oportunismo político y sus estrafalarios comentarios siempre fuera de lugar, me llevan a preguntarme qué es lo que sigue.

Si bien la pandemia que ha cobrado miles de vidas nos cambió la vida de un momento a otro, su efecto sobre el proceso político electoral en Estados Unidos está por verse.

Por una parte, los estadounidenses están más preocupados por literalmente sobrevivir a la pandemia, por pagar sus deudas, sobre todo los que se han quedado sin trabajo, por cómo alimentar a sus familias, y no están precisamente centrados en las propuestas de los políticos. ¿Habrá convenciones políticas? ¿Qué pasará con las elecciones? ¿Saldrá la gente en el frío otoño a formarse en filas para votar, como los electores de Wisconsin, sufragando con mascarillas bajo la lluvia porque los republicanos del estado se negaron a retrasar las primarias o a permitir el voto por correo porque, como dice Trump, se presta a “fraude”? Ya se reportan contagios con coronavirus entre los electores que se formaron en esas filas.

Así tenemos al virtual nominado presidencial demócrata, Joe Biden, haciendo campaña de manera remota, sin duda, una campaña electoral para los libros de historia, y casi siempre respondiendo a “la locura del día” que Trump diga o haga.

Las locuras de Trump van in crescendo, según aumenta la cifra de muertos en Estados Unidos.

Pero para este presidente no se trata de mostrar empatía con los familiares de las casi 55,000 almas perdidas por el Covid-19 en Estados Unidos. Se trata más bien de sacar ventaja política, con su base, claro está. Se trata de seguir impulsando su agenda tomando como excusa la pandemia. De ahí la orden ejecutiva para suspender por 60 días ciertas categorías de inmigración documentada a Estados Unidos sin afectar de un lado a migrantes con dinero, inversionistas, ni a los sectores que los empresarios les solicitaron, pero sí afectando a padres extranjeros o padres de ciudadanos estadounidenses, o a cónyuges e hijos de residentes permanentes; en fin, lo que los antiinmigrantes despectivamente llaman la “inmigración en cadena”, que le permitió a nuestra flamante Primera Dama, Melania Trump, solicitar a sus padres.

La prensa reportó que el maquiavélico asesor presidencial, Stephen Miller, artífice de la racista política migratoria de Trump, habría indicado en una llamada que la orden ejecutiva es parte de una estrategia más amplia para reducir la inmigración documentada. ¿Sorprendente? Para nada. Lo raro es que no se anunciara antes.

Y ni qué decir de las locuras diarias de Trump. Dan vergüenza ajena. Son casi surrealistas. Trump equiparó la desinfección de superficies con el cuerpo humano. Decir que quizá se pueda combatir el virus si las personas se inyectaran desinfectante o que, de algún modo, las luces ultravioletas de desinfección pudieran penetrar el cuerpo humano es totalmente anticipado de Trump. Luego trató de decir que estaba siendo sarcástico. Pero Trump es incapaz de ser sarcástico o irónico. Es burdo.

El único sarcasmo, la única ironía es que esta nación sea dirigida en momentos de una pandemia por una figura divisiva, burda, caricaturesca.

Si no fuera trágico, daría risa.